No había sabor a derrota en el aire. Tampoco a un triunfalismo estéril. Había alegría y orgullo de sentirse argentino, de tenerlo al Diego, de saber que “volveremos” como cantan una y mil veces las voces del pueblo.
“¿Quién dijo que todo está perdido? yo vengo a ofrecer mi corazón”, canta Fito Páez su tan bella canción.
Es una buena cortina musical para esta melancolía colectiva que sentimos después de la derrota en el Mundial.
Ya pasará. Nada es para siempre. Lo saben los humildes de toda humildad. Los que se toman revancha sólo en la alegría compartida. Nunca con el odio ni el revanchismo de clase de los poderosos. Ese odio que se traduce hoy en la inocultable satisfacción de algunos medios del monopolio porque perdimos en Sudáfrica.
En cada nota y en cada título tiraron sal sobre la herida de un pueblo, no de un gobierno. Tamaño despropósito les costará más olvidos de los que ya vienen sufriendo.
Este pueblo es agradecido con los que se juegan por él y es por eso que abrazan con sus gestos y canciones a Diego Armando Maradona y a todos sus muchachos hoy más que nunca. Porque se sienten parte de él, lloran con él, sufren con él, caen con él, ríen con él.
Por eso no sorprende la multitud en Ezeiza.
Es ese sentimiento popular el que no están en condiciones de medir ni detectar ni elaborar los adversarios del pueblo.
Los escribas y lenguaraces del monopolio ni siquiera registran que este pueblo cuidó el fuego y el rescoldo en la peor de sus noches dictatoriales y aun así no se supo dar nunca por vencido.
¿A nosotros nos van a contar lo que es derrota...?
(del editorial de Jorge Giles)
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